Tolerancia: el destino del tren de los recuerdos
- Memoria y tolerancia dos palabras que han demostrado ser clave para la historia de los países
Por Catalina Lara
En la oscuridad, las pantallas se encienden para mostrar las grandezas que ha logrado el hombre; imágenes de aviones, científicos que han descubierto la cura para cientos de virus y gente de diversas razas ayudándose unos a otros, unidos, como hermanos. Sin embargo, pasos más adelante las paredes son atravesadas por proyecciones que revelan el horror, la muerte y la intolerancia de la cual fue producto el genocidio en Alemania durante el gobierno de Adolfo Hitler.
Pasaportes, libros, armas, fotografías y notas periodísticas conforman un grito silencioso que pide a los visitantes reflexionar que no importa la religión, el color de la piel y el cabello, las medidas del cráneo, orejas, nariz o separación de las cejas, lo cual no garantiza la perfección ni la pertenencia a la raza ideal: la aria, según el dictador alemán, implícitamente presente en las salas donde la gente, muchos años después, le reclama cosas y se refieren a él como un hombre tonto e inhumano.
-“¿Cómo se atrevía a medirles la cabeza? ¡Qué onda con ese señor, qué le pasaba por el cerebro! Todos somos diferentes, no tenemos las mismas medidas, ¿o sea que si tenías medio centímetro más separadas las cejas, te mandaba matar? Estaba súper perdido el tipo”,- exclama indignada una adolescente, cuya expresión facial reprueba totalmente las imágenes que cuelgan de la pared.
-“Estaba loco, pero afortunadamente esos tiempos ya pasaron”,- comenta su amiga, otra joven que mueve la cabeza de un lado a otro para negar lo que, de manera lamentable, fue cierto y también ocurre en lugares como Darfur, Sudáfrica.
La indignación y la esperanza de encontrar una realidad más agradable o una solución a los problemas presentados en el museo Memoria y Tolerancia, lleva los pasos de los visitantes hasta la ubicación geográfica de la inhumanidad, proyectada en el techo de una sala donde los países involucrados en la Segunda Guerra mundial se iluminan en el mapa al ser mencionados por una voz masculina que explica su importancia en aquel conflicto, cátedra atendida por todos los presentes, cuyos cuellos se doblan en contra picada para observar aquel didáctico espectáculo.
-“Si gustan pasar a la siguiente sala, el video está por comenzar”- se oye la voz de una de las guías, quien indica al grupo que le fue encomendado para el recorrido que avance y no se estanque en un solo espacio del museo; de pronto, quienes observaban el mapa multicolores del techo vuelven la vista hacia el frente y dan unos cuantos pasos para ingresar a un cuarto oscuro, ambientado por unas escaleras que llevan a un apartado pequeño pero luminoso, donde se encuentra el retrato de Anna Frank y la historia de su familia.
Bajando las escaleras, sentadas en las gradas, unas cuantas personas observan el video donde sobrevivientes del Holocausto dan su testimonio y otros tantos visitantes pasan a la fosa común representada en la siguiente sala.
-“¡Qué horror! Mira cómo los hacinaban, uno sobre otro, como si fueran montañas humanas”,- dice una madre a su hijo pequeño al observar la fosa repleta de cuerpos desnudos mientras una joven pareja de enamorados sentados en una banca al interior de la sala se besa después de haber copiado las placas informativas en sus respectivos cuadernos.
Más adelante, una fila de curiosos avanza para abordar el vagón que años atrás transportó a cientos de “impuros e imperfectos” hasta el campo de concentración de Auschwitz para ser marcados, realizar trabajos forzados, ser usados como conejillos de indias para experimentos médicos y más tarde, ejecutados.
Ese vagón, que antes era abordado con horror, ahora es visitado con curiosidad y todos quieren subir para conocerlo, otros se toman fotos frente a él con una gran sonrisa, lo valoran como pieza histórica y se sienten orgullosos de fotografiarse con él, lo cual muestra que la situación ha cambiado y, más que reflexionar sobre el significado de aquél pedazo de tren, éste se considera una atracción turística más.
El tren de los recuerdos sombríos baja para recorrer los campos de concentración en una pequeña maqueta, más adelante abandona Alemania para llegar a Armenia, Camboya, Yugoslavia y Sudáfrica, donde la inhumanidad sigue presente en fotografías y videos que muestran maltratos y genocidios en todo su esplendor, acompañados de expresiones de desagrado por parte de los visitantes, quienes poco a poco se encaminan hacia la luz, donde las lágrimas derramadas por los niños ante todo lo visto con anterioridad guían el camino hacia la tolerancia.
El grupo es orientado por la joven guía para atravesar una puerta de cristal donde una placa reza, entre otras cosas: “tolerar es comprender que no poseemos la verdad absoluta”, más adelante, la palabra “tolerancia”, escrita en varios idiomas, es fotografiada por la concurrencia mientras parte de ella avanza para observar un México estereotipado y pantallas que muestran ejemplos de discriminación que aparecen en los medios de comunicación cotidianamente.
-“¡Imagínate que despiertas y eres mexicano!”- expresa un inglés en una de las pantallas a propósito de un automóvil originario de nuestro país, mientras en el siguiente televisor del panel una rubia escultural entra a una biblioteca y ordena una hamburguesa, la cual le es negada por la bibliotecaria mientras los lectores la miran como si fuera un bicho raro.
-“¡Ay, pues sí!, ese es el estereotipo de la rubia tonta”,- comenta entre risas un joven, mientras se quita los audífonos y el resto del grupo continúa el recorrido, hasta llegar a un cuarto blanco con una ventana desde la cual se observa el Hemiciclo a Juárez.
-“Y con esta postal termina nuestro recorrido por trágicos recuerdos y esperanzas de un mundo mejor. Justo aquí, frente al hombre que nos legó una frase de vital importancia para vivir en paz y armonía: “El respeto al derecho ajeno es la paz”-, concluyó la guía y el grupo se dispersó.
Posted by Laura H.
on 20:57. Filed under
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