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La cáscara, núcleo del futbol




Este acto simbólico es libertad y creatividad. 

Por Edgar Garduño


El futbol se ha transformado, ahora no puede separarse de los medios masivos de comunicación, de la publicidad, de los intereses económicos. Hoy representa algo más que un simple juego. Los futbolistas compiten, trabajan, cumplen. Son pocos los que se dedican a jugar fútbol, a demostrar su esencia de práctica humana y de convivencia con tintes artísticos.

Por esta situación el fútbol gana y pierde. Gana porque uno no puede imaginarse qué sería del juego sin las transmisiones televisivas, sin la imagen de los goles de Zidane, de la magia de Maradona, o las piruetas de Hugo Sánchez. Pierde porque la presión mediática termina por acartonar el juego, lo hace una industria, mata la libertad y la creatividad de los jugadores.



Esta evolución del fútbol intenta llevarse su naturaleza y lo vuelve artificial, lo encierra en videojuegos, transmisiones, playeras, etc. Pero la transformación compite contra quienes se resisten heroicos y mantienen el núcleo del fútbol: la cáscara. Su esencia sigue, está allí en el juego, en la gente que al grito de ¡vamos a echar una cáscara!, ¡que se haga la reta!, lo practica y lo vive sin presiones, por las puras ganas.

Una tarde, camino a la escuela me detuve cerca de un estacionamiento y observé la resistencia. Algunas personas dejaban sus ocupaciones para patear un rato el balón y distraerse. La práctica era totalmente lúdica, sólo juego y disfrute, la verdadera esencia del fútbol. Cuatro contra cuatro, todo al ataque sin miramientos ni temor a perder. Fútbol total como aquella naranja mecánica de Johan Cruyff. Los postes improvisados con suéteres y mochilas se desasían una y otra vez por los embates.

Los equipos combinaban experiencia y juventud. Entre los veteranos hubo quien llamó mi atención por su ligereza, se le notaba el goce; mostraba gestos técnicos avanzados como su edad: el taconazo, la rabona, una finta, el túnel; suertes lucidas y alegres que delataban el gusto, la pasión y el alma de un futbolero.



La virtud del fútbol para romper diferencias y unir a las personas se puede hallar en la cáscara, en la reta y no en todos los intereses que lo rodean. Este acto simbólico es libertad y creatividad. Una cáscara pura se caracteriza porque no existen presiones; sin embargo, la competitividad no deja de existir sobre todo si está en juego el orgullo de la calle o la recompensa de un refresco al final. No hay explicaciones para este ritual callejero. El “juego” del fútbol como tal no tiene mejor representación, aquí no hay intereses. La diversión, el goce, las emociones están combinadas, es práctica humana en su totalidad.

Hay cáscaras de todo tipo: la familiar, donde parientes hacen equipos grandísimos y toman como campo las alamedas; también está la que se juega por orgullo, buscando el respeto de la colonia; la de amigos, donde los túneles y las faltas descaradas se dan entre risas; al final todas son una y conforman la sustancia del fútbol. La cáscara socializa el fútbol y lo aterriza desde una pantalla, un radio; un mundial, un campeonato nacional hasta nuestros pies, hasta las calles.

La cáscara es un tiro a puño limpio antes de llegar al boxeo, es la semilla que asegura la tradición futbolera. Así el núcleo del fútbol no se perderá, la resistencia sigue al frente. Su accesibilidad le ha hecho seguir hasta nuestros días. Los únicos requisitos son: un balón (lata, botella, o cualquier objeto que sirva para patear), dos o más personas y las ganas de hacer fútbol.

Posted by Laura H. on 22:31. Filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. Feel free to leave a response

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